El empresario de los huevos de oro por Tomás ArrieroEl Bar de Pepe, este era el poco original nombre del bar que regentaba Pepe. El Bar de Pepe estaba situado en una calle periférica de una gran ciudad y Pepe ejercía de gerente, camarero, cocinero y todo lo que fuese menester.

En el bar se servían, además de las habituales bebidas, raciones variadas y platos combinados. De esta forma, el empresario se iba ganando la vida como podía, dando de comer a la gente más humilde de la ciudad.

Un buen día, se le ocurrió incluir en la carta un nuevo plato, al que llamó “huevos de oro”. Se componía de dos simples huevos emplatados, que Pepe había cocinado de alguna forma especial, y que tenían un aspecto amarillento.

Pronto, los habituales del establecimiento quedaron encantados con los huevos y comenzaron a pedirlos. No tardaron mucho en acudir personas de todas partes de la ciudad para probar los huevos de Pepe. En apenas unos meses, Pepe tenía lista de espera para saborear sus huevos y ya había multiplicado su precio por 10.

Pepe, por primera vez, estaba ganando el dinero suficiente para acondicionar y decorar el bar. Por primera vez, comenzó a darse algunos caprichos y a disfrutar de días de descanso, para lo que contrató a algunos de los mejores cocineros y camareros de la ciudad. Por primera vez, todo iba bien. Los huevos de oro eran un éxito reconocido en todo el país.

Con el tiempo, Pepe montó una cadena de bares que tuvo presencia en las principales ciudades del país y en alguna capital del extranjero. El Bar de Pepe se expandía tan deprisa como Pepe podía ir encontrando cocineros que le ofrecieran suficiente confianza como para confesarles el secreto de los huevos de oro.

Muchos bares y restaurantes, atraídos por el éxito de El Bar de Pepe, intentaron inútilmente imitar sus “huevos de oro”. Todo el mundo prefería los huevos de Pepe.

El hostelero, contrató administradores para sus bares y se centró en disfrutar de la buena vida que le permitían los suculentos beneficios y en contar su fortuna, codiciando más y más euros en sus cuentas.

Estando el hostelero en estos menesteres, llamó a su puerta un alto ejecutivo de la mayor cadena de restaurantes de comida rápida del mundo. La todopoderosa multinacional se había propuesto comprar el secreto de Pepe y tan sublime fue la oferta que la avaricia del empresario no pudo resistirse. El empresario vendió el secreto de los huevos de oro.

En pocos meses, hubo huevos de oro en cada pequeña, mediana y gran ciudad. Tanto en El Bar de Pepe como en cada uno de los miles de restaurantes de la franquicia mundial se podían degustar los famosos huevos.

Con tanta oferta, el precio de los huevos de oro cayó y el consumo bajó al convertirse en un producto vulgar. Con la caída de los precios y de las ventas, Pepe no pudo soportar los costes de todos sus establecimientos, endeudándose y perdiendo definitivamente su fortuna.

La cadena de restaurantes de comida rápida volvió a centrarse en vender sus hamburguesas, dejando a un lado los huevos de oro. Con el tiempo, el secreto de Pepe no tardó en estar en boca de todo el mundo, especialmente cuando muchos de los cocineros fueron despedidos. —¡Vainilla, el secreto de los huevos de oro era Vainilla! ¡Puaj, vainilla! —exclamaban los que antaño hacían cola en las puertas de El Bar de Pepe.

Hoy, Pepe regenta un bar en una calle periférica de una gran ciudad, llamado con el poco original nombre de El Bar de Pepe 2. Ejerce de gerente, camarero, cocinero y todo lo que sea menester.

Autor: Tomás Arriero

 

Históricamente, el egoísmo empresarial desmedido ha ocasionado la bancarrota de innumerables empresas, e incluso cracs globales.


La avaricia hace que se deseen los beneficios a corto plazo, pasando por encima de los intereses de quienes ayudan a conseguir esos beneficios (empleados, colaboradores, proveedores, clientes…). Y cuando el empresario convierte la relación ganar-ganar en un ganar-perder, los elementos terminan poniéndose en su contra.
La falta de valores termina pasándole factura a las empresas.

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